El Balcón de Pompilio
Pompilio vivía en
una casa antigua, frente a la calle principal. En la planta baja, una ventana de madera, con poyo y celosía. En
la segunda planta, el dormitorio con un balcón sobre la calle.
A Pompilio le
agradaba el balcón. Desde él podía hablar con los espíritus y ver la gente
caminar. El club social quedaba en la otra acera. La iglesia, a una cuadra de
la casa. igual el cuartel y la plaza de
la patria. Por la calle corría una toma de agua. En el club bailaban las
señoras y señores importantes. En ocasiones venía a bailar el presidente del
estado. También, el obispo, cuando andaba de visita y los socios lo atendían y
le discurseaban. En la propia calle, la
toma, las piedras aplanadas, el agua de beber, los pasos de muchas almas
caminando, o volando, y sus voces de distintos
tamaños y tonos.
A pesar de que la
toma corría por el medio de la calle,
reducida por ese motivo a dos franjas, de hasta ocho cuadras de largo,
abundaban las santos y estandartes levantados, en pedimento de una bondad o un
milagro gozoso, las recorridas de los
ocho gendarmes del pueblo, bajo el mando de duro capataz, montados en caballos
y machos mulares, y pendientes de las casas, las puertas, las viejas ventanas,
y la intención de ejercer la autoridad.
A las ocho de la
noche, iniciaban la recorrida, coincidiendo con el doble de campanas en la
torre mayor y el lamento, a veces sollozo lejano, que nunca faltaba y los vecinos achacaban a
¨la llorona¨. A las nueve cerraba el club social. Los socios bajaban o subían por
las dos franjas de la calle. Algunos gendarmes se aprestaban y marchaban al
trote, en procura de proteger a los
vejetes, mientras éstos, antes de ir a
sus santos lugares, se escabullían entre las sombras e iban a ofrecer serenatas
o consumir una ración de amor clandestino.
Borrachitos, pocos.
A esa hora debían estar en media noche, después del vaso de guarapo o la copa
de hinojado con miel de abejas. Lo demás era quietud. Ni una figura, ni una sombra en la calle. En
las casas, el rezo y las cobijas contra el frío…
Pompilio se asomaba
al balcón, aguzaba el oído, alargaba los ojos por las dos franjas de la calle,
con un lápiz Mongol y un cuaderno de apuntes. Entonces comenzaba a trabajar…
Pompilio
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