Tocar de Oído


Cuando José ¨chocorita¨ y el ¨cotudo¨ Fermín tocaban en la plaza, hasta los ángeles bailaban. ¨La Mano Negra¨ era una orquesta multisápida. La integraban los dos precitados ejecutantes, el tuerto José Dolores y don Manuel ¨pajarito¨. Los llevaban a tocar a varias plazas; a varios  bautizos y portes de compadres. A  casa del Alcalde y del Gobernador.  Al propio cementerio los llevaban a tocar los días de las ánimas. Donde los buscaban allá iban. ¡Qué palos de músicos eran! Y eso que tocaban de oído. De notas, armonía, solfeo, composición, fusas, semifusas, corcheas y semicorcheas, ni una papa. Por eso no pudieron presentarse en el Teatro Municipal de Caracas.

Don Domingo Moret nos explicaba que para presentarse en la capital había que comer mucha yuca. Él, por lo menos, nunca quiso ir. Podía compararse con Carreño y  el maestro Pedro Elías, pero nunca quiso ir.  Era prudente. Era sabio. Por su parte, el viejo Secundino, el fotógrafo, no se cansaba de hablar bien de don Domingo. ¨Ojalá y existieran muchos Domingos¨. Yo le contestaba, automáticamente: ¨ojalá¨.

Acuciado por los estudios, me encontré en  Caracas, recorrí algunas de sus calles, frecuenté amistades, conocí maestros verdaderos y topé con Pepe Izquierdo, profesor de Anatomía. El verle la cara daba miedo.  Su voz tronante  adelgazaba el ánimo a cualquiera. Enseñaba dibujando; dibujaba conversando; conversaba mientras trazaba líneas y colores sobre el pizarrón. Y cuando menos se pensaba, se quitaba la bata e invitaba a los estudiantes a su casa.

¨Hay que estudiar. Hay que repetir lo estudiado. No hay que fastidiarse de estudiar y de repetir lo repetido. Es el único modo de aprender a tocar correctamente y leer la partitura. Leer la partitura, tocar lo que está escrito, practicarlo, enseñarlo, ser un buen músico, ¡he ahí el secreto!¨

El doctor Izquierdo dejó una estela luminosa. La dejó en la universidad y en la vida privada. En el modo de ser y en la conducta frente a los hombres de su tiempo. Asistía al Nuevo Circo, al teatro, a la santa catedral, al palacio de gobierno, a los conciertos de la banda filarmónica de Caracas, a las emisoras de radio y a las peleas de gallos de Caño Amarillo. En todas partes demostraba su saber, su autoridad, su elegancia, y el dominio de la situación. Sabía tocar la partitura. No tocaba de oído.

A cincuenta años de su espacio vital, pocos tocan como él la partitura. No la aprendieron a tocar y no quieren aprender a tocarla. Por eso, todo se hace de oído, a los trancazos, a la ligera, como si el derecho de vivir no valiera la pena, como si la obra del Señor no fuese digna del respeto de los hombres, y el deber de construir y dejar un camino no mereciera por lo menos la angustia de una noche de vigilia.


                                                   Ricardo Méndez Moreno

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Turco que Vendía Viajes a la Luna

Catafilo Solía Venir por Navidad

Cincuenta Semillas de Esperanza